Desde hace algún tiempo el fast fashion ha estado bajo el escrutinio público debido a sus prácticas poco éticas a nivel medioambiental y social, ya que, con el único interés de obtener márgenes de ganancias cada vez más altos, la industria de la moda ha pasado por encima tanto de los derechos de los productores como del bienestar del planeta.
Para muchos, el modelo de negocio del fast fashion es cada vez menos viable. Es por eso que hoy la industria textil en general, y el fast fashion particular, enfrentan una serie de retos impostergables que sólo podrán superarse si se llevan a cabo cambios estructurales que modifiquen las prácticas y los hábitos tanto de los retailers como de los consumidores con miras a un futuro de la moda ecológicamente amigable y socialmente responsable.
Pero, ¿qué es el fast fashion exactamente y cuáles son las tendencias en retail que la industria de la moda ha comenzado a adoptar para transformarse?
¿Qué es fast fashion?
De acuerdo con el sitio web Fashionista, cuando la primera tienda de Zara llegó a Nueva York en 1990, el concepto de fast fashion fue usado por primera vez en el New York Times para describir la misión de la marca de origen español, haciendo énfasis en la optimización de su cadena de suministro al declarar que solamente les tomaría 15 días para que una prenda pasara del cerebro de un diseñador a los estantes de sus tiendas.
Por esa razón el término fast fashion hace referencia a la rapidez con la que las prendas pasan del diseño y las pasarelas a la producción masiva y a las tiendas a un bajo costo para los consumidores.
La moda rápida o fast fashion fue uno de los primeros “éxitos” de la globalización y el neoliberalismo, pues fueron éstas las condiciones que permitieron su producción y su consumo. Según un artículo publicado en la revista Este País, “este tipo de moda surge debido a que las compañías de ropa trasladaron su producción al extranjero, donde hay mano de obra más barata y regulaciones laxas que dañan al entorno, lo que permitió que el costo de la ropa cayera dramáticamente”.
Se considera que los monstruos del retail H&M y Zara fueron las primeras marcas de fast fashion. Para darnos una idea del tamaño de la industria baste decir que sus dueños han aparecido en la lista de Forbes de las personas más ricas del mundo.
Así como la comida rápida pone un énfasis en la velocidad de producción de los alimentos —y, por un efecto cascada, en el consumo de los mismos—, el fast fashion es caracterizado por un proceso de producción acelerado que permite que las prendas lleguen a las tiendas con una rapidez pasmosa —y, por consiguiente, que, 1) al ser creadas con materiales de mala calidad, su vida útil sea muy corta y 2) sean reemplazadas por unas nuevas a esa misma velocidad.
Para continuar con la analogía, del mismo modo que la comida rápida es considerada como un tipo de comida chatarra, la moda rápida también ha sido considerada como una moda basura debido a que se centra en la creación de prendas desechables en un modelo lineal de creación, uso y desperdicio.
Fuente: Cameron Spencer (Getty Images).
La moda en la sociedad de masas
Para el sociólogo alemán Georg Simmel —quien sentó las bases para la creación de una teoría general de la moda a comienzos del siglo pasado— la moda pone de manifiesto una tensión dialéctica propia de la condición social de los seres humanos, ya que muestra un choque entre la tendencia a imitar a otros, por una parte, y la tendencia a distinguirnos, a separarnos de los demás, por la otra.
En este sentido, la moda, en esencia, es una paradoja, pues encarna un conflicto de identidad e individuación al interior de un sistema que se rige por el sentido de pertenencia (el cual tiende a conseguirse mediante la imitación).
De acuerdo con lo expresado por Simmel en su ensayo seminal publicado en el International Quarterly en 1904 y reimpreso por The American Journal of Sociology,
la moda es una forma de imitación y, por lo tanto, de ecualización social, pero, paradójicamente, al cambiar incesantemente distingue a una época de otra y a un estrato social de los otros. Une a los miembros de una clase social y los segrega de las otras. La élite comienza una moda y, cuando la masa la imita en un intento por eliminar las distinciones externas de clase, la abandona por una nueva —un proceso que se acelera con el incremento de la riqueza.
Históricamente, la moda fue un lujo, una forma de capital simbólico de la burguesía, pues era esa clase social la que tenía acceso a las casas de alta costura. El fast fashion es un fenómeno reciente porque antes de los procesos de globalización la moda tenía un alto costo.
A finales del siglo XX con el crecimiento de las clases medias en los países con economías emergentes o en desarrollo, muchas más personas comenzaron a tener acceso a la moda rápida, lo que satisfizo su sentido de pertenencia a una práctica cultural que antes los segregaba.
Pero para distinguirse y mostrar su individualidad a través del lenguaje semiótico de la moda era necesario comprar y comprar ropa en un ciclo incesante de deseo, consumo y desecho, que es la razón por la que las prendas del fast fashion duran poco y las tendencias pueden llegar a cambiar en las boutiques casi una vez por semana, teniendo hasta 52 temporadas al año en lugar de las 2 tradicionales.
Fuente: Michelangelo Pistoletto, Venus of the Rags, 1967, 1974. Tate Modern.
Los costos del fast fashion
Si bien la moda rápida se caracteriza por tener precios asequibles, quienes están pagando los costos reales de una industria que genera 2.4 billones de dólares al años, como afirma Dana Thomas en su libro Fashionopolis, son los consumidores en cierta medida, pero sobre todo el escalafón más bajo de la cadena de producción y el medio ambiente.
La industria textil —después de la petrolera— es la segunda industria más contaminante del orbe. “ Según la ONU, este sector produce el 20% de las aguas residuales mundiales y el 10% de las emisiones globales de carbono, mientras que la Environmental Justice Foundation señala que se necesita un kilo de algodón y entre 10 mil y 17 mil litros de agua para fabricar un par de jeans”.
Para entender un poco los efectos del fast fashion, veamos algunos datos:
Según A New Textiles Economy, un reporte de la Fundación Ellen MacArthur, entre los años 2000 y 2015 se duplicó la producción de ropa, con más de 100 mil millones de prendas producidas. Para lograr esas altísimas cifras, quienes laboran en la industria lo hacen bajo condiciones muy precarias (a menudo de trabajo forzado) que pasan por alto los derechos de los trabajadores, poniendo las ganancias por encima de la dignidad humana.
En ese sentido, el desplome de Rana Plaza en la capital de Bangladesh en 2013 abrió los ojos sobre la necesidad de replantear el coste social y las condiciones laborales que impone el fast fashion.
De acuerdo con datos de Greenpeace, “las veces que se usa la ropa han decrecido en un 36% en el mismo lapso. La ropa desechada, que podría usarse aún, se traduce en 460 mil millones de dólares perdidos”.
El costo ambiental
- La industria textil utiliza alrededor de 98 millones de toneladas de recursos no renovables y aproximadamente 93 mil millones de metros cúbicos de agua para producir ropa al año.
- Se calcula que bajo las condiciones actuales de la industria de la moda se reutiliza menos del 1% de la materia prima necesaria para producir ropa.
- Cada segundo se quema o se desechan 2.6 toneladas de ropa.
- La creación de unos jeans produce una mayor cantidad de gases de efecto invernadero que conducir un automóvil más de 80 millas.
- La ropa fabricada con materiales no biodegradables puede continuar en los basureros durante 200 años tras ser desechada después de un uso muy corto.
- Para crear una camisa de algodón, siguiendo datos reportados por el World Resources Institute, se requiere una cantidad de agua similar a la que se necesitaría para cubrir el consumo de una persona por dos años y medio.
Fuente: Nicola Fioravanti (Unsplash).
Slow fashion
Para hacer frente a todas estas problemáticas se recomienda un modelo slow fashion para crear una industria textil sustentable. En contraste con el fast fashion, esta tendencia implica —según la revista Vogue— “un modo de pensar y concebir la moda desde un hacer consciente, ético y respetuoso con el medio ambiente, los trabajadores y los consumidores”.
Con el fin de generar un bajo impacto ambiental, será necesario que las empresas comiencen a apostar por la durabilidad de sus productos, es decir, por ropa con un ciclo de vida más lento. Para ello deberá primar la utilización de fibras naturales (como el henequén, el cáñamo, el bambú, el lino, la seda) y, por supuesto, telas recicladas; asimismo, debe asegurarse que las condiciones laborales sean dignas.
Por eso, para cambiar el rumbo de la industria del fast fashion, se propone un modelo circular de producción que siga las siguientes directrices:
- Abandonar el uso de sustancias peligrosas y nocivas en la producción, así como reducir los materiales que despidan microfibras.
- Aumentar la durabilidad de la ropa para aumentar su ciclo de vida y reducir el consumismo desaforado.
- Trabajar en torno a una cultura de reciclaje de prendas.
- Optar por energías y materiales renovables para la producción de ropa.
Según un análisis realizado por el World Resources Institute, el primer paso para realizar estos cambios tiene que ver con la responsabilidad empresarial. El índice Higg de la Sustainable Apparel Coalition permite que las compañías puedan medir el impacto social, ambiental y laboral de sus productos y servicios. Además, están comenzando a surgir lineamientos basados en estudios científicos para que el fast fashion comience su camino hacia la sustentabilidad.
El siguiente paso es reconocer que las marcas de fast fashion requieren una transformación urgente si desean cambiar el panorama actual. Para satisfacer la demanda de un modo sustentable, deberán producir menos y reciclar más. Algunos ya han comenzado a avanzar en esta dirección.
H&M y Zara se han unido a otras empresas de fast fashion en un compromiso para el reciclaje de telas mediante la recolección de ropa usada.
Reformation, una pequeña marca de ropa con sede en Los Ángeles está ganando popularidad, pues ha basado su publicidad en el hecho de que su ropa es producida con mucha menos agua y emisiones de gases y contaminantes que las empresas de fast fashion más tradicionales.
Por su parte, la marca Patagonia, mediante su programa Worn Wear, ofrece un servicio que permite a sus clientes arreglar prendas viejas con el objetivo de extender su uso. Además, han comenzado a surgir proyectos (Rent the Runway o Mud Jeans) que, en contraposición al fast fashion, han optado por un modelo de alquiler de ropa.
Fuente: François Le Nguyen (Unsplash).
Las estimaciones realizadas por McKinsey apuntan a que la demanda mundial de ropa seguirá en aumento durante la próxima década, debido a que millones de personas de los países en desarrollo ingresarán a la clase media, lo que les permitirá gastar más en la industria de la moda. Se trata de una oportunidad para los retailers que sepan hacer frente a los retos que enfrenta el fast fashion en la actualidad.
Para que la industria de la confección siga siendo viable en los mercados del futuro, el tema del consumo debe tomar en cuenta los riesgos sociales y ambientales del fast fashion y optar por un modelo sustentable que sea digno tanto para quienes confeccionan las prendas como para quienes las compran.