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Estilo de Vida

Estamos molestos, es natural. “No les estoy pidiendo que olviden a sus muertos” dijo Jon Snow en Hardhome, el episodio 8 de la temporada 5. “Yo nunca olvidaré a los míos”. Esta es un poco la intención de este artículo.

La serie siempre fue manipuladora: nos educó para aplaudir un lanzallamas militar y luego nos horrorizó con la misma imagen. Pero,  así como tuvo errores que no perdonaré, tuvo aciertos que no podemos dejar de reconocer. Principalmente, la deconstrucción del arquetipo del héroe en sus dos versiones: hielo y fuego, mártir y conquistador.

Varios episodios antes del final había hecho las paces con que mis expectativas no serían cubiertas. Estaba casi abierta a un final “sin sentido” y en mi cabeza retaba a los creadores a hacer el nudo perfecto, en una hora y media, con todos los hilos sueltos que quedaban. Terminé de ver la serie con sentimientos encontrados y una intención general de resignación. Fue un par de días después, mientras trabajaba, que vino a mi cabeza la imagen de Daenerys montada sobre Drogon, tomando la decisión que para muchos, terminó de arruinar al personaje en el capítulo 5 The Bells.

No podía abandonar esa imagen. Cuando la ví por primera vez, lo tomé muy personal. En una temporada cuya duración encuentro ilógica, nos estaban mostrando todas las explosiones y muy poco de sus impactos emocionales. Entiendo que el personaje había perdido todo, pero verla despeinada mirando por una ventana no fue suficiente para sentir que la acompañamos durante su espiral descendente hacia la aceptación de su naturaleza más oscura.

En retrospectiva ése pudo ser el momento más rico de su desarrollo como personaje. Ciertamente, cuando la imagen volvió de pronto a mi cabeza había algo fascinante en ella. Quería comprender cuál era este significado que no podía pasar por alto. A raíz de esta búsqueda introspectiva empecé a cambiar de opinión.

La amenaza del Norte

Nuestro respeto y miedo por los Caminantes Blancos ¿fue construido meticulosamente durante 7 temporadas sólo para ser reducido a un giro argumental con alto valor de shock? Así es. No voy a negar que fue muy excitante y empoderador ver a Arya apropiarse del clímax en el capítulo más esperado, pero fue una conclusión inapropiada para el nivel de anticipación que se nos impuso. Después de todo, se nos advirtió con la amenaza del norte incluso antes de que escucháramos el tema musical por primera vez. La serie parecía decirnos que quien ganara el juego de tronos era irrelevante, porque el enemigo final no quería poder, sólo muerte.

Pero ¿quiénes eran los Caminantes Blancos? ¿Tenían derecho a una importancia tan absoluta en el argumento? No los conocíamos. Algunos datos sobre su origen y motivos han ido apareciendo por diferentes lugares, siempre cubiertos con la distancia lógica de la magia y la verdad perdida en la historia antigua.

El Rey de la Noche, por más siniestro que se viera, nunca me pareció tan peligroso como Cersei cuando voló el Septo de Baelor, porque cuando la vi tomando vino en esa ventana entendí algo que me afectó mucho: a ella. Empaticé con sus motivaciones, porque sentí su ira y sed de venganza, y en ese instinto irreconciliable compartí su poder. Incluso estuve orgullosa cuando abandonó a su muerte a Ellaria y su hija, uno de sus actos más crueles y retorcidos, pero magníficamente ideados.

Cersei es uno de los méritos más grandes de Juego de Tronos. Es un personaje desagradable, que no mejora ni se disculpa, pero florece nutriéndose de la desgracia, aunque sea autogestionada muchas veces. Al principio la perdonábamos porque era una madre entregada, pero terminó causando la muerte de sus tres hijos, y surgió de esa vergüenza mucho más hambrienta de violencia. Que su muerte haya sido enmarcada con valor sentimental y llorada por Tyrion, el corazón de la serie, es un golpe más doloroso que ver cualquier asesinato por un monstruo mágico que no puede hablar ni evolucionar ni simbolizar nada para nadie.

Reducir al antagonista aparente en un recurso argumental para que Jon y Dany unan fuerzas en el campo de batalla es un movimiento arriesgado. Ingrato con el público, definitivamente. Pero con esta decisión la serie nos dice que no busquemos la satisfacción en una batalla binaria del bien contra el mal: Ambos elementos se encuentran dentro del ser humano, y efectivamente apostó su final por esta tesis.

¿Quién ganó el juego de tronos?

En la oficina de Crehana hicimos un Excel con nuestras predicciones: ¿Quién terminará sentado sobre el trono de hierro? Como audiencia nos enfocamos en esta pregunta, como si la serie se tratara de un torneo. No es completamente nuestra culpa: su gran atractivo era ofrecernos un espectro de personajes incomprendidos y retarnos a coronar al favorito entre favoritos. Estaba hecha desde su concepción para generar debate. Pero un personaje nos dio una pista: Daenerys.

Daenerys persiguió la destrucción de la monarquía absoluta, el sistema de “la rueda”. La cual para mantener a alguien arriba tenía que aplastar a otros abajo.

Bran, Sansa y Tyrion terminaron siendo piezas claves en una monarquía constitucional: la grieta definitiva en “la rueda”. Dany no formó parte de la solución que buscaba porque se equivocó al ubicar la corrupción en el sistema político y el poder que otorga. La corrupción, debemos entender, según el final de la serie, existe dentro del ser humano y sólo nos queda luchar contra nuestros instintos más puros y naturales –como el amor– para mantenerla alejada de motivar nuestros actos: “El amor es la muerte del deber”.

El príncipe que fue prometido no cumplió con su promesa

En el último episodio, Tyrion ve difícil encontrar una lógica realista en el idealismo de Jon, tal como Varys cuando intentó razonar con Ned al encontrarlo prisionero de Cersei. Ambos Stark eran los héroes mártires que llevan su responsabilidad como una cruz. La táctica que funcionó en ambos casos fue preguntarles si estaban dispuestos a sacrificar a Arya y a Sansa como se sacrificaban ellos mismos.

¿Quién es Jon? Nunca lo estimé demasiado. Pero hay aspectos de él que me interesan. Jon como prolongación de Ned es una movida argumental espectacular. La serie invirtió mucho en el misterio y revelación de su verdadero parentesco. Esperábamos que Jon asumiera ser Aegon Targaryen, sexto de su nombre, el príncipe que fue prometido. Eso finalmente, no significó ningún impacto en su destino, lejos de eso, hacía alusión al sacrificio de otra persona: Lyanna Stark. Uno de los personajes con mayor importancia simbólica en la serie, sólo murió en paz después de pactar la promesa de mantener al príncipe escondido.

Jon también es símil de Jaime, función profética desde su primer encuentro. Jon lo juzga por ser un matarreyes: un hombre cuya traición a la patria constituye la pérdida total del honor. Jaime, invertido en cubrir sus inseguridades más profundas, constantemente pregunta si debió matar a Aerys por el frente y no la espalda.

Es al final de la serie que la función de Jon como personaje alcanza su capacidad máxima: deconstruir la mística del héroe sufrido. No lo amamos por asesinarla, no lo odiaríamos más si hubiera sido por la espalda, ni siquiera cuando argumentalmente se enmarca como “la decisión correcta”. Jon “el héroe” muere con ella. Luego se transforma en un fantasma de su propia figura, que logra encontrar la libertad sólo en el anonimato, no como el heredero legítimo del trono.

Entonces, ¿quién es esta figura triunfal, profetizada, el nuevo Aegon “El Conquistador” que unió los siete reinos y fundió las espadas de sus enemigos? La serie nos educa para esperarlo de Jon, quien argumentalmente está obligado a negarse. El trono simbólico se lo lleva Bran, un protagonista austero que no se beneficia de participar en el ejercicio empático ni el vínculo emocional con el público. ¿Quién entonces?

Daenerys empieza como una huérfana abusada, hermosa y valiente, y acumula títulos como momentos triunfales mientras los demás personajes ganan conciencia sobre ella. Su personaje, por fórmula, está hecho para ser adorado: cada vez que la circunstancia la desnuda de ventajas, encuentra el ángulo para volver con más autoridad. Se convierte en una estatuilla de oro cuyos orígenes humildes terminamos olvidando. Su figura es tan valiosa e intocable que los creadores no sólo nos cubren los ojos de una muerte explícita –ni siquiera vemos el puñal– sino que son incapaces de mostrarnos la descomposición de su cuerpo.

El único final para ella era ser deshecha en lo desconocido, por una bestia mágica y magnífica que la protege y la llora. Sus restos serán, probablemente, quemados en la sagrada ciudad de Valyria.

Aegón “El Conquistador” no tenía derecho de nada. Quemó ciudades y multitudes para cumplir sus objetivos, forjando el trono para glorificar este absolutismo. Se le recuerda como una figura de capacidades sobrehumanas, perfecto en todo sentido: sus masacres se convierten en “batallas”, su expectativa de ser endiosado en “ideología política y liderazgo”. Un Targaryen furioso, hambriento de reconocimiento, a lomos de un dragón negro que lanza llamas sobre una ciudad que se funde en el olvido: una imagen que la serie no quiso ahorrarnos.

Daenerys es la guerra, la figura voraz con delirios de grandes cambios y el terrorífico poder para lograrlo: El héroe como conquistador.

Pregúntame en 10 años

Nunca tuve grandes expectativas para Dany o Jon. Ambos me parecían personajes de stock, “los amantes trágicos”. Tenía claro que ninguno se sentaría en el trono, nunca subestimaría tanto la serie. Cuando fui asaltada por la imagen de ella sobre Drogon, dolida y llena de resentimiento, me sentí de pronto cautivada. Si lo vemos superficialmente es el momento pivotal donde el personaje se vuelve “malo”. Pero la misma historia, advertencia sobre advertencia, nos frena de ese acercamiento tan binario. Las personas quemadas en esta escena son, después de todo, personajes y no personas. Podemos analizar a Dany más allá de sus asesinatos porque no son reales: todo lo que sucede en la ficción es un mensaje cuya recompensa está en descifrar.

En ese momento no era la heroína de nadie. Verla elegir libremente, más allá del discurso, más allá de la figura. Verla reclamar un espacio egoísta para actuar como una mujer amarga, quebrada e imperfecta, me impactó. La brutalidad de sus decisiones, me impactó. Fue narrativamente liberador. Tal vez no cuando lo vi, pero tal como Tyrion nos invita a reflexionar, nuestras decisiones y percepciones son imposibles de juzgar en la inmediatez. Lo que ahora es un final insatisfactorio, podría ser un momento invaluable en la evolución de la narrativa popular en la retrospectiva. Aún no lo sé.

Sólo tengo muchas imágenes que sigo procesando: despedidas de personajes que amé por muchos años y tuve que aprender a ver cómo son realmente, no por lo que simbolizan ni por mis expectativas de ellos. Una serie que demostró una y otra vez que mi amor por ellos no los libraría de las consecuencias de sus actos, tal vez no encuentre mayor mérito en atar un nudo perfecto. Tal vez debimos escuchar y leer más de cerca, nos habríamos dado cuenta que tanto el fuego como el hielo queman y desaparecen. Pero, de nuevo: pregúntame en 10 años.