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Historias de Clientes

El primer trabajo por el que Santiago Ruiseñor recibió un pago como fotógrafo fue un retrato del cantautor guatemalteco Ricardo Arjona. Era aún estudiante universitario, de otra carrera que no era fotografía. No era un experto usando luces, ni flashes, pero estaba en el momento y en el lugar precisos. Creció en la época en que MTV era lo máximo. Veía videoclips, y lo que más quería en el mundo era, algún día, poder dirigirlos. Lo logró. Hizo algunos, pero el camino en la fotografía le estaba esperando. Había pasión por la música. No por nada también lo convocaron para retratar a Café Tacvba, Reik, o Alejandra Guzmán. Sin embargo, su talento detrás del lente, sumado a una fascinación por la iluminación cinematográfica, lo han llevado a triunfar también en las industrias editoriales, de la moda, y de la publicidad. 

Con varias horas de vuelo encima, como dice él; múltiples portadas, colaboraciones en revistas, y proyectos personales, el hoy ex editor fotográfico de la revista ELLE México, papá orgulloso, corredor consagrado ( sigan su actividad 😉)  y actual profe de Crehana, habló con nosotros desde su casa en Ciudad de México. 

retrato-santiago-ruisenorSantiago Ruiseñor.

¿En qué trabajas ahora mismo?

 Desde que dejé el trabajo fijo como editor tengo muchos proyectos de publicidad, que es ahora mismo la actividad más rentable, pero procuro equilibrar ese trabajo con lo editorial, que es lo que te mantiene vivo, presente, lleva tu crédito, tu sello personal, y no está anclado a lo que desea un cliente o una agencia. No dejo de buscar proyectos editoriales que me dejen desarrollar lo que me gusta. 

¿Eso en la práctica qué significa?

 En la editorial vendes tu idea, y alguna revista te lo compra. Es decir, te dicen: “Vamos a hacerlo”. Echas a volar la idea tal cual como la estás planteando.

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Fotografía de una de las sesiones del curso de fotografía editorial, impartido por Santiago en Crehana. Imágen tomada de su Instagram.

¿Cómo llegaste a eso? ¿Cuál es tu historia? 

Tenía una novia que le gustaba la foto, y tomé un curso con ella. Teníamos como 15 años. La novia se fue, pero la foto me siguió  gustando. Seguí tomando cursos, puse hasta un cuarto oscuro en mi casa, y durante la secundaria e inicios de prepa continué. Después tuve ahí como un lapso en el que, saliendo de la prepa, no sabía si estudiar arquitecturao diseño industrial, y me metí a estudiar comunicación. Entré a la carrera, y conocí un fotógrafo que se llama Ricardo Trabulsi, y era el que en ese entonces trabajaba con una cantidad enorme de disqueras, le iba súper bien, y como era mi maestro en la universidad, cuando acabamos el semestre le dije, “Oye, me gustaría asistirte, aprender más de esto”. El aceptó, y empezamos a trabajar. No duré mucho. ¡Yo era bastante malo! (Risas) Pero lo que más aprendí fue a revelar, a saber cómo tratar un estudio, y a conectarme con gente. Ricardo me dio acceso total al cuarto oscuro. Cuando acababa sus sesiones, yo las revelaba, hacía los contactos, hacía las ampliaciones, y me entró una obsesión loca por el cuarto oscuro. Era feliz pasando horas y horas revelando su material. Luego me dijo: “Hazte esta fotos de backstage de todo lo que yo hago”. Y como en ese entonces iban cantantes y artistas al estudio, yo tomaba la foto del backstage, y también les tomaba retratos a los artistas, pero nada más para tenerlos yo. Después pasó algo curioso. Al final de un año tenía yo un portafolio personal con todos los artistas que habían pasado por ahí, con una cierta luz, con cierto blanco y negro, que no eran mi estilo ni nada, que salían así por una luz y un rollo que usábamos siempre, pero que se veían muy bien. Un día Ricardo me mandó hacer un retrato en una disquera, y saliendo de tomar ese retrato, me encontré con un amigo de la prepa. Y le dije: “Oye, vengo haciendo esto, tengo un portafolio que me gustaría que vieras, para que me des tu opinión”. Estaba muy emocionado de haberme encontrado un amigo en ese lugar, era como un rayo de luz, una señal. Le dejé mi portafolio, y a los dos días me habló, y me dijo: “Oye, Ricardo Arjona quiere hacer fotos contigo”. Me sorprendió.  Fue muy emocionante. Luego me quería morir del miedo. Pero lo hice. No quedaba de otra más que pensar que todo iba a funcionar.

Es decir, ese fue tu primer trabajo pago como fotógrafo… 

Podría decirse que sí. Porque antes de eso me pagaban algo simbólico, pero esa fue la primera vez en que dije: “Este sí es mi primer trabajo”. Eso sí, estaré siempre agradecido con Ricardo Trabulsi por echar a andar mi carrera.

Y, luego de la suerte que fue tomar esa oportunidad con Arjona, ¿cómo fue que desarrollaste tu estilo?

Cuando empecé todo era nuevo para mí. No tenía la más remota idea de cómo usar una luz artificial, ni cómo usar bien un flash. Me costó mucho ir aprendiendo por dónde quería ir, y no estaba logrando que las cosas se vieran como mis referentes. Después, con mucho tiempo y muchas horas de vuelo, empezó a cuadrar y a mejorar mi capacidad técnica. También mis ideas fueron evolucionando. Ya me sentía mejor en el control de un set, de mis personajes, de lo que sucedía a mi alrededor y, justamente, que yo recuerde esta etapa de disqueras como un buen trabajo fue gracias a una experiencia con Pepe Aguilar, quien nos invitó hacer unas fotos para uno de sus discos. Fue la primera vez que me sentí muy contento del trabajo realizado. Quizá no es el trabajo más visible que hice, pero ese fue el punto de inflexión. Hubo un “match” de visión con realidad, de poder llevar lo que me imaginaba a los hechos. 

 

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¿Fue ese match el que te llevó a otros escenarios fuera del mundo discográfico? 

Diría que sí. Me dio seguridad. Después que empiezas a ver que sí se pueden hacer las cosas como quieres, empiezas a buscar tu tipo de luz. Por ejemplo, me encanta la luz natural, porque nada se le compara, te da diversidad, posibilidades, es lo mejor que puedes usar. Aunque dominar la técnica fue determinante para que pudiera hacer muchas cosas con luz natural y también mucho trabajo de estudio. Cuando era editor, por ejemplo, aproveché los recursos de tener el respaldo de una editorial muy grande para usar muchas fuentes de luz, para producir fotos que considero muy buenas. Sin embargo, nunca fue equiparable a estar en una playa con su  sombra.

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Retrato, por Santiago Ruiseñor

¿Qué tanto ha cambiado todo eso que describes con la llegada de los teléfonos celulares y el auge de nuevos fotógrafos que ya no tienen que revelar rollos y hacer ampliaciones?

Que tengas una buena foto en tu celular no significa que sepas iluminar un interior con flashes o  luces de cine. ¡Hay una diferencia abismal! Si te vas diez, veinte años atrás, el fotógrafo profesional tenía una estructura mínima. Asistentes de planta, un estudio, un cuarto oscuro. No existía un fotógrafo amateur que se paseara por ahí con una cámara de formato medio. Quizá soy un romántico, pero hoy en día todo el mundo hace fotos, hay cosas muy positivas pasando alrededor, pero la profesión se abarató. Es cada vez más difícil para gente de mi edad (42 años) mantener un estatus. Pero, también creo que las agencias aún valoran esa escuela de mi generación. Cuando deseas comunicar algo, un fotógrafo profesional va a entender y atender de inmediato la necesidad que tengas. Ahora, también es que un teléfono todavía no es tan preciso como una cámara análoga. Hay gente que pide trabajos profesionales con teléfonos, y no es la forma correcta. No está diseñado para eso. Sirve para cosas fantásticas, como subir las fotos a las redes sociales.

¿Qué crees que sea determinante para ser exitoso en tu oficio?

En el arranque hay un factor de talento y suerte. Necesitas ser bueno para llegar, pero requieres de algo de suerte para que el ejecutivo de la disquera te descubra. Es estar listo para cuando llegue la oportunidad. Me considero una persona supremamente disciplinada, cumplida, estricta con mis tiempos. No me gusta que mis clientes se estresen, que nadie que esté a mi alrededor lo pase mal. Hay un conjunto de cuestiones de personalidad que ayudan a eso. Ingeniárselas para ser cumplido en todo es un primer paso.

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